miércoles, 3 de noviembre de 2010

NECROLÓGICA DE OSVALDO: UN FANTASMA DE POLILLA


ILUSTRACIÓN DE JUANITA SUBERCASEAUX


Hoy ha muerto un fantasma. Matizo la frase; hoy se ha liberado, ha pasado al más allá, ha dejado de semiexistir en un mundo que no le correspondía, un fantasma de polilla.

Osvaldo era su nombre. Y como yo le conocí y me cayó muy bien, he decidido hacerle una necrológica.

Osvaldo nació, creció y murió siendo una polilla. Una de esas que viven en los armarios de las casas, que se dedican a comer ropa y a echar siestas en los ojales de botón hasta el fin de sus días. Pero fue su hambre la que le condenó a una vida de fantasma.

No supiste compartir Osvaldo, tu insaciable apetito hizo que jamás ofrecieses un trozo de algodón a nadie. Si encontrabas algo de ropa en buen estado, lo guardabas para ti. Robabas a tu vecina los pocos hilos y bordados que acumulaba en su despensa. Sin respeto alguno, llegaste a comer un vestido de novia el día antes de la boda. Y claro, llegado el juicio final, te quedaste en este mundo. “Hasta que aprendas la lección”, te dijeron.

La primera etapa de Osvaldo como fantasma fue agridulce. No se acostumbraba a su nuevo estado, a su inconsistencia. Iba de acá para allá volando con su sabanita sin saber qué hacer. Asustando a los demás insectos que andaban despreocupados por la casa. Y eso, la verdad, le hacía gracia.

Pero, claro Osvaldo, la gracia tiene un límite. Y al final pesó más la soledad. Los meses pasaban sin sentido para ti; sin comunicarte con nadie; sin notar que, poco a poco, la depresión te iba devorando. Qué mal día Osvaldo, qué mal día el que, apoyado en una lámpara, sufriste ese ataque de ansiedad. No lo pudiste evitar y te comiste de un bocado tu sábana de fantasma, lo único que un fantasma tiene prohibido comer. Ese día comenzó la peor de tus épocas, la de mayor soledad.

Ya nadie veía a Osvaldo, sin su sabanita pasaba totalmente inadvertido. Ya, ni asustar podía. ¿Qué iba a hacer ahora? Se metió en un calcetín de lana desparejado y dejó pasar los días con su pijamita puesto, viendo programas del corazón, fumando cigarros, sin asearse. Se sentía terriblemente solo, abandonado, triste.

Fue entonces cuando nos conocimos. Yo iba rodando por el armario cuando choqué contigo. Y te di un susto terrible. Te extrañó que las pelusas pudiéramos ver fantasmas. Y tanto que si podíamos… me conmocionó ver un espectro de polilla tan triste y abandonado.

Desde el principio nos llevamos muy bien. Me contaste tu historia entera, lo que hoy puedo escribir en estas líneas. Lloraste arrepentido por la vida que habías llevado. Y decidimos buscarte una ocupación. ¿Qué podía hacer un fantasma de polilla para redimirse? ¿Cuál era la salida de alguien que lo único que había hecho en su vida era robar?

La idea se te ocurrió a ti. Un día viniste a mi encuentro emocionado, contándome lo del “reposicionamiento de objetos de valor” como tú lo llamabas. Y yo te dije que te iban a pillar, y tú que sin sábana nadie podía verte, y yo que te ibas a perder, y tú que si algo sabías era encontrar dinero, y yo que era peligroso, y tú que a esas alturas no tenías nada que perder. Y al final me convenciste.

Gracias a su idea, la casa en la que vivíamos se llenó de sorpresas y alegrías. Volaba de un lado a otro sacando un billete de 20 euros y colocándolo en el bolsillo de un abrigo; con el consiguiente asombro del dueño al dar con él. Se colaba por los bolsos, pasando las monedas sueltas a la caja de juguetes de los niños, que al día siguiente las hallaban felices. Y por primera vez en su vida, disfrutó viendo a los demás disfrutar.

Pasados los meses, te diste cuenta de que la alegría no la llevaba solo el dinero. Empezaste a desparejar pendientes de la señora (que ella volvía a emparejar con emoción al encontrar uno enganchado en el sombrero), a esconder los bolis que mejor pintaban detrás de la mesa, a colocar en primera fila del cajón la corbata que él usó el día de la boda. En definitiva, a “reposicionar” cualquier objeto de valor que encontrabas a tu paso.

Una sonrisa por encontrar un metrobús con 3 viajes, un “yuju” por el billete de 10 euros de la chaqueta, una lágrima de emoción por una foto de la infancia en un bolso olvidado. Alegría tras alegría, fuiste construyendo sin ser consciente tu puente al cielo. Hasta que hoy te has ido.

Osvaldo, repartiste felicidad a muchos; felicidad no esperada, que es la mejor de todas las felicidades. Tu ausencia deja un hueco en este armario que ninguna pelusa podrá tapar. Por eso te mereces una necrológica, porque cada vez que oigamos un grito de sorpresa ante un billete en el bolsillo, nos acordaremos de ti. El mejor fantasma de polilla que ha habido y habrá.

Descanse en Paz.

Pelusa.

7 comentarios:

  1. Bego, eres fantástica. Felicidades

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  2. ¡¡¡ME EN-CAN-TA!!! ¡Que tema tan reconocible, y qué ágil y bonito de leer! ¡Quiero más!

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  3. Gracias Leo!!!

    Y Juanjo, el próximo de una ambulancia... estoy en ello!!

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  4. Empieza a resultar aburrido comentarte, Bego. Escribe algo criticable, o qué.

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  5. He venido a conocerte. Me ha gustado mucho tu cuento, que contaré a mis nietos aunque no se si entenderan la moraleja. Un saludo

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