martes, 1 de marzo de 2011

LA PENA MÁXIMA

El suceso ocurrió un día martes veintidós de mayo a las doce treinta y tres.

Aquel día y tras un frugal desayuno, me dirigía como cada mañana a la ducha para el aseo cotidiano. Al levantarme de la silla y cruzar el salón me golpeé (de forma accidental) con la imponente mesa de centro que ocupa la mitad de mi salón.

El golpe fue rápido, el dolor insoportable, el cabreo descomunal. Saltando a la pata coja, mientras sujetaba con fuerza mi pie derecho, me senté en el sofá dispuesta a realizar una inspección de daños.

¡Será hijadeputa! – gritó el dedo meñique, rojo como no lo había visto nunca- ¡Es la tercera vez que esa mesa me ataca!

Viendo la revolución que se preparaba en mi pie decidí relajarme y tomar las riendas del proceso pacífico. Todos sabemos lo obstinados que son los meñiques y el malhumor que les caracteriza.

Venga hombre, que no ha sido para tanto – le dije en tono conciliador – sabes que lo ha hecho sin querer.

¡Esa mesa merece el peor de los castigos! – me gritó indignado - ¡exijo la pena de la repetición!

Un silencio siguió a esta última frase, los dedos se quedaron tiesos, mi estómago se puso duro. El meñique había mencionado la pena máxima.

¡Que lo haga! ¡Que lo haga! - comenzaron a vociferar los pulgares (conocidos amantes del morbo y los castigos) - ¡Esa mesa lo merece!

Me puse a temblar e intenté calmar el ambiente, pero ya era demasiado tarde.

La revolución se había extendido ya por todos los dedos de mi pie, por lo que no me quedaba otra que ceder ante la presión popular y disponerme a repetir.

Volví a incorporarme de la butaca, situándome frente a la mesa que aún no entendía bien qué iba a ocurrir.

- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…

Varias lágrimas aparecieron en los ojos de la mesa. El miedo le hacía temblar.

- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…

La mesa puso cara de extrañeza. Su nombre empezaba a carecer de sentido.

- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…

Las patas, hasta entonces robustos cubos de madera, comenzaron a ablandarse, meciéndola de un lado a otro.

- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…

El cristal, hasta ahora impoluto, comenzó a ensuciarse, a volverse feo como el sonido de la palabra mesa en nuestros oídos.

- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…

La mesa lloraba, viéndose a sí misma como un objeto desagradable, irreconocible.

- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…

Todo perdió sentido. De golpe, la mesa se derrumbó dejando en su lugar un amasijo de formas irreconocibles. Llegó el silencio.

Los dedos del pie, alentados por la crueldad del meñique, comenzaron a aplaudir ante el terrible espectáculo. Yo me senté en la butaca, intentando acallar a mi conciencia que no paraba de repetirme lo exagerado del castigo.

Ahora mis muebles me evitan cuando paso. Y yo me siento sola.



2 comentarios:

  1. ME ENCANTAAAAAA!!!! :D (pero lo diré sólo una vez, no sea que el encanto se disipe!! ;)

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  2. Jajajajaja!!!Muchas gracias Juanjo!!

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