jueves, 17 de marzo de 2011
EL LEVANTAMIENTO
Esta noche mis dedos de los pies se han sublevado en forma de agarrotamiento.
Sospecho que llevaban meses preparando el motín porque todo ha ocurrido de forma muy, como diría, “estudiada”.
A las 4:00 un fuerte dolor ha comenzado a subir a la vez desde la punta de los pulgares hasta mi cadera, recorriendo con intensidad toda la superficie de pies y piernas. El dolor me ha despertado de un salto.
Sudando ya por la terrible sensación he encendido la lámpara de la mesilla, he levantado las sábanas y he observado la situación:
Todos los dedos estaban rígidos como piedras, con las cabezas mirando al infinito, en una postura de dignidad total. Han sido los pulgares quienes han tomado la palabra.
- Exigimos nuevos nombres.
- ¿Cómo? – la mezcla de dolor y sueño no ayudaba a entender lo que pasaba.
- Nuevos nombres. No los nombres los dedos de la mano, nuestros propios nombres.
- ¿Por qué?
El pulgar, con una sonrisa de “sabía que preguntarías esto”, ha procedido a explicarme:
- ¿Acaso tu dedo anular del pie lleva algún anillo? ¿O utilizas el índice para señalar algo? ¿Tiene el corazón cara de llamarse corazón?
- N…..
- ¿Verdad que no?
Admitamos que el argumento era indiscutible. Los dedos tenían toda la razón.
- Pero, ¿queréis cambiaros todos de nombre?
- Bueno… los meñiques están bastante contentos con el suyo. Su levantamiento ha sido por solidaridad con el resto. Y un poco de aburrimiento…
- Ya veo… ¿y vosotros?
- Por nuestra parte exigimos que se haga oficial la denominación de “gordos”. Creemos que va más acorde con nuestra fisonomía que aquello de “pulgares”
Esto ha llevado a una conversación acerca de la extrema delgadez de los cánones de belleza actuales, el tallaje de las tiendas (o falta de él) y los problemas alimenticios de las famosas. Pero como no viene al caso, no voy a reproducirla.
En definitiva, una vez terminado el proceso de diálogo, he apagado la luz de la mesilla y me he vuelto a dormir.
Ahora son las 10 de la mañana y me encuentro dando vueltas al café. Un resquicio de dolor en las piernas me indica que lo de anoche fue verdad, la voz de mi conciencia me dice que me comprometí a pensar nuevos nombres. Pero el primer trago de café me espabila con una afirmación: “fue todo un sueño, los dedos no hablan”.
Sospecho que llevaban meses preparando el motín porque todo ha ocurrido de forma muy, como diría, “estudiada”.
A las 4:00 un fuerte dolor ha comenzado a subir a la vez desde la punta de los pulgares hasta mi cadera, recorriendo con intensidad toda la superficie de pies y piernas. El dolor me ha despertado de un salto.
Sudando ya por la terrible sensación he encendido la lámpara de la mesilla, he levantado las sábanas y he observado la situación:
Todos los dedos estaban rígidos como piedras, con las cabezas mirando al infinito, en una postura de dignidad total. Han sido los pulgares quienes han tomado la palabra.
- Exigimos nuevos nombres.
- ¿Cómo? – la mezcla de dolor y sueño no ayudaba a entender lo que pasaba.
- Nuevos nombres. No los nombres los dedos de la mano, nuestros propios nombres.
- ¿Por qué?
El pulgar, con una sonrisa de “sabía que preguntarías esto”, ha procedido a explicarme:
- ¿Acaso tu dedo anular del pie lleva algún anillo? ¿O utilizas el índice para señalar algo? ¿Tiene el corazón cara de llamarse corazón?
- N…..
- ¿Verdad que no?
Admitamos que el argumento era indiscutible. Los dedos tenían toda la razón.
- Pero, ¿queréis cambiaros todos de nombre?
- Bueno… los meñiques están bastante contentos con el suyo. Su levantamiento ha sido por solidaridad con el resto. Y un poco de aburrimiento…
- Ya veo… ¿y vosotros?
- Por nuestra parte exigimos que se haga oficial la denominación de “gordos”. Creemos que va más acorde con nuestra fisonomía que aquello de “pulgares”
Esto ha llevado a una conversación acerca de la extrema delgadez de los cánones de belleza actuales, el tallaje de las tiendas (o falta de él) y los problemas alimenticios de las famosas. Pero como no viene al caso, no voy a reproducirla.
En definitiva, una vez terminado el proceso de diálogo, he apagado la luz de la mesilla y me he vuelto a dormir.
Ahora son las 10 de la mañana y me encuentro dando vueltas al café. Un resquicio de dolor en las piernas me indica que lo de anoche fue verdad, la voz de mi conciencia me dice que me comprometí a pensar nuevos nombres. Pero el primer trago de café me espabila con una afirmación: “fue todo un sueño, los dedos no hablan”.
martes, 8 de marzo de 2011
"ESOS" PIES
- ¿Cómo que ellos? ¿Se refiere a sus pies?
- ¿Mis pies? No, en absoluto. Estoy hablando de esos pies.
- Esos pies, querido, son sus pies.
El hombre me miró con cara de extrañeza, una sonrisa de superioridad empezó a dibujarse en su rostro mientras me replicaba con tono de burla:
- Doctor, yo no conozco estos pies.
Debo admitir que aquel hombre me dejó sin palabras. No supe qué contestar ante aquella frase, así que cogí un trozo de venda y me dispuse a inmovilizarle el pie para evitar que el esguince fuera a mayor.
Al día siguiente renuncié a mi puesto de traumatólogo del equipo de baloncesto. Esos hombres eran disparatadamente altos.
martes, 1 de marzo de 2011
LA PENA MÁXIMA
El suceso ocurrió un día martes veintidós de mayo a las doce treinta y tres.
Aquel día y tras un frugal desayuno, me dirigía como cada mañana a la ducha para el aseo cotidiano. Al levantarme de la silla y cruzar el salón me golpeé (de forma accidental) con la imponente mesa de centro que ocupa la mitad de mi salón.
El golpe fue rápido, el dolor insoportable, el cabreo descomunal. Saltando a la pata coja, mientras sujetaba con fuerza mi pie derecho, me senté en el sofá dispuesta a realizar una inspección de daños.
¡Será hijadeputa! – gritó el dedo meñique, rojo como no lo había visto nunca- ¡Es la tercera vez que esa mesa me ataca!
Viendo la revolución que se preparaba en mi pie decidí relajarme y tomar las riendas del proceso pacífico. Todos sabemos lo obstinados que son los meñiques y el malhumor que les caracteriza.
Venga hombre, que no ha sido para tanto – le dije en tono conciliador – sabes que lo ha hecho sin querer.
¡Esa mesa merece el peor de los castigos! – me gritó indignado - ¡exijo la pena de la repetición!
Un silencio siguió a esta última frase, los dedos se quedaron tiesos, mi estómago se puso duro. El meñique había mencionado la pena máxima.
¡Que lo haga! ¡Que lo haga! - comenzaron a vociferar los pulgares (conocidos amantes del morbo y los castigos) - ¡Esa mesa lo merece!
Me puse a temblar e intenté calmar el ambiente, pero ya era demasiado tarde.
La revolución se había extendido ya por todos los dedos de mi pie, por lo que no me quedaba otra que ceder ante la presión popular y disponerme a repetir.
Volví a incorporarme de la butaca, situándome frente a la mesa que aún no entendía bien qué iba a ocurrir.
- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…
Varias lágrimas aparecieron en los ojos de la mesa. El miedo le hacía temblar.
- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…
La mesa puso cara de extrañeza. Su nombre empezaba a carecer de sentido.
- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…
Las patas, hasta entonces robustos cubos de madera, comenzaron a ablandarse, meciéndola de un lado a otro.
- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…
El cristal, hasta ahora impoluto, comenzó a ensuciarse, a volverse feo como el sonido de la palabra mesa en nuestros oídos.
- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…
La mesa lloraba, viéndose a sí misma como un objeto desagradable, irreconocible.
- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…
Todo perdió sentido. De golpe, la mesa se derrumbó dejando en su lugar un amasijo de formas irreconocibles. Llegó el silencio.
Los dedos del pie, alentados por la crueldad del meñique, comenzaron a aplaudir ante el terrible espectáculo. Yo me senté en la butaca, intentando acallar a mi conciencia que no paraba de repetirme lo exagerado del castigo.
Ahora mis muebles me evitan cuando paso. Y yo me siento sola.
Aquel día y tras un frugal desayuno, me dirigía como cada mañana a la ducha para el aseo cotidiano. Al levantarme de la silla y cruzar el salón me golpeé (de forma accidental) con la imponente mesa de centro que ocupa la mitad de mi salón.
El golpe fue rápido, el dolor insoportable, el cabreo descomunal. Saltando a la pata coja, mientras sujetaba con fuerza mi pie derecho, me senté en el sofá dispuesta a realizar una inspección de daños.
¡Será hijadeputa! – gritó el dedo meñique, rojo como no lo había visto nunca- ¡Es la tercera vez que esa mesa me ataca!
Viendo la revolución que se preparaba en mi pie decidí relajarme y tomar las riendas del proceso pacífico. Todos sabemos lo obstinados que son los meñiques y el malhumor que les caracteriza.
Venga hombre, que no ha sido para tanto – le dije en tono conciliador – sabes que lo ha hecho sin querer.
¡Esa mesa merece el peor de los castigos! – me gritó indignado - ¡exijo la pena de la repetición!
Un silencio siguió a esta última frase, los dedos se quedaron tiesos, mi estómago se puso duro. El meñique había mencionado la pena máxima.
¡Que lo haga! ¡Que lo haga! - comenzaron a vociferar los pulgares (conocidos amantes del morbo y los castigos) - ¡Esa mesa lo merece!
Me puse a temblar e intenté calmar el ambiente, pero ya era demasiado tarde.
La revolución se había extendido ya por todos los dedos de mi pie, por lo que no me quedaba otra que ceder ante la presión popular y disponerme a repetir.
Volví a incorporarme de la butaca, situándome frente a la mesa que aún no entendía bien qué iba a ocurrir.
- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…
Varias lágrimas aparecieron en los ojos de la mesa. El miedo le hacía temblar.
- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…
La mesa puso cara de extrañeza. Su nombre empezaba a carecer de sentido.
- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…
Las patas, hasta entonces robustos cubos de madera, comenzaron a ablandarse, meciéndola de un lado a otro.
- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…
El cristal, hasta ahora impoluto, comenzó a ensuciarse, a volverse feo como el sonido de la palabra mesa en nuestros oídos.
- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…
La mesa lloraba, viéndose a sí misma como un objeto desagradable, irreconocible.
- Mesa, mesa, mesa, mesa, mesa…
Todo perdió sentido. De golpe, la mesa se derrumbó dejando en su lugar un amasijo de formas irreconocibles. Llegó el silencio.
Los dedos del pie, alentados por la crueldad del meñique, comenzaron a aplaudir ante el terrible espectáculo. Yo me senté en la butaca, intentando acallar a mi conciencia que no paraba de repetirme lo exagerado del castigo.
Ahora mis muebles me evitan cuando paso. Y yo me siento sola.
martes, 15 de febrero de 2011
UN GUSANO EN LIBERTAD
Esta historia comienza en un manzano
y va sobre la vida de un gusano
que se hizo millonario de repente
con su empresa de viaje en parapente.
Su nombre era Gustavo y de pequeño
tenía a diario el mismo sueño:
viajar por todo el mundo en libertad
manejando una moto de verdad.
Coleccionaba anuncios y revistas
sobre las motos y motociclistas.
Con paciencia se construyó una moto
y tejió un lindo traje de piloto.
Su madre a diario le decía:
“lo de la moto es una tontería”
Has construido ese cacharro en vano,
pues no podrá correr sobre el manzano.
Para aprender hizo falta un buen susto
pues tuvo un accidente en el arbusto.
Cayó al suelo, rompió contra las matas
la moto, el casco y treinta y cinco patas.
Estuvo varios meses de reposo,
con un dolor de patas espantoso,
pensando en qué podría inventar
para volver de nuevo a viajar.
¿Tendré que resignarme en esta vida
a una existencia plana y aburrida?
Yo quiero volver a sentir que vuelo
sin darme otro porrazo contra el suelo.
Así, entre pensamiento y pensamiento,
llegó una racha muy fuerte de viento
arrancando varias hojas sin piedad
que salieron volando por la ciudad.
Entonces Gus tuvo la inspiración
¡aún puedo vivir la sensación!
Podré volar por fin tranquilamente
si hago con las hojas parapentes.
Creó un sistema de cuerdas y nudos
que aseguró a la hoja concienzudo.
Recorrió todo su árbol anunciando:
¡Vengan a ver a un gusano volando!
Aunque así lo parezca, yo no miento:
fueron miles de insectos al evento.
Entonces Gus salió de entre la gente
y se tiró al vacío en parapente.
Voló con suavidad entre las ramas
con vítores, aplausos y proclamas.
¿Dónde nos apuntamos a probar?
¡Nosotros también queremos volar!
En solo dos semanas ya tenía
una lista de espera de cien días.
Y ahora es un gusano muy influyente
con una empresa top de parapente.
ILUSTRACIÓN DE JUANITA SUBERCASEAUX
lunes, 10 de enero de 2011
LAS ROCAS DEL "BLAR"
Las rocas del mar son más que curiosas
para conversar de todas las cosas.
Haz este ejercicio y siéntate a hablar
con una roquita del borde del mar.
Pregúntale algo: ¿qué tal está el tiempo?
Te contestará: parece que blehmbo.
La pobre jamás termina una frase,
no puede evitar que la ola pase.
La cubre enterita con agua de mar
y le impide entones terminar de hablar.
Por eso me gusta sentarme a su vera
y hacerle preguntas de mi vida entera.
Oye roca sabia, ¿qué haré de mayor?
- Serás muy brillante en shorblaleor.
¿Sabes por qué Jaime no me quiere más?
- Se debe sin duda al blableblolas.
¿Y por qué en el cole no soy la mejor?
- Porque en geografía blalibabibor.
Así yo decido que seré dentista,
que Jaime me quiere y soy la más lista.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
CARLA LA AMBULANCIA
ILUSTRACIÓN DE JOSÉ FERNÁNDEZ
NI esto NI lo otro,
NO pienso acelerar.
NI grave NI en peligro,
NO quiero correr más.
Carla es una ambulancia,
y muy profesional,
pero lo que le gusta
es el trato personal.
Le gusta dar abrazos,
llevarnos con prudencia.
No le gusta ir corriendo,
cuando hay una emergencia.
¡¡NINO NINO NINO!!
NI atasco Ni infarto,
NO pienso acelerar.
NI pierna NI cabeza,
NO quiero correr más.
Cuando coge un paciente,
le mima como a un niño.
Le cuenta muchos cuentos,
le lleva con cariño.
Pero a ella le da miedo
es más, le da terror
que el conductor apriete
el acelerador.
¡¡NINO NINO NINO!!
NI corre Ni gallina,
NO te voy a escuchar.
Y aunque vayas al jefe,
NO voy a acelerar.
Ayer le vino el jefe
(un poco mamarracho)
y le gritó muy fuerte:
“¡Venga usted al despacho!”
Le dijo “usted no corre”,
“no lo puedo admitir”
“y aunque lo siento mucho,
le debo despedir”.
¡¡NINO NINO NINO!!
NI beso NI caricia,
NO puedo trabajar.
NI lenta NI deprisa,
NO debo circular.
Carla está despedida
y triste como ven
hace la fría cola
que lleva hasta el INEM.
Rellena unos papeles
con mucha devoción,
¿que qué aptitudes tiene?
Cuidado y comprensión.
¡¡NINO NINO NINO!!
NI tarde NI temprano,
NO quiero despertar.
NI esto NI lo otro,
Yo quiero trabajar.
Así pasan los días
sin mucha novedad.
Y es que Carla se aburre,
se aburre de verdad.
La pobre va en pijama
ve la televisión,
come patatas fritas...
¡qué horrible sensación!
¡¡NINO NINO NINO!!
NI tele NI basura,
NO hay nada que mirar.
NI fritos NI patatas,
yo quiero trabajar.
Por fin llega una carta
mandada del INEM
le ofrecen un trabajo,
¡pues mira tú qué bien!
"Viendo que usted no corre
y le gusta cuidar,
llegado el mes que viene
será bus escolar"
¡¡NINO NINO NINO!!
NI chicle NI patata,
NO quiero un grito más.
NI juegos NI pistolas,
NO os quiero castigar.
Por fin tiene un trabajo
cumpliendo su deber.
Y si se ponen malos
sabe qué debe hacer.
miércoles, 3 de noviembre de 2010
NECROLÓGICA DE OSVALDO: UN FANTASMA DE POLILLA
ILUSTRACIÓN DE JUANITA SUBERCASEAUX
Hoy ha muerto un fantasma. Matizo la frase; hoy se ha liberado, ha pasado al más allá, ha dejado de semiexistir en un mundo que no le correspondía, un fantasma de polilla.
Osvaldo era su nombre. Y como yo le conocí y me cayó muy bien, he decidido hacerle una necrológica.
Osvaldo nació, creció y murió siendo una polilla. Una de esas que viven en los armarios de las casas, que se dedican a comer ropa y a echar siestas en los ojales de botón hasta el fin de sus días. Pero fue su hambre la que le condenó a una vida de fantasma.
No supiste compartir Osvaldo, tu insaciable apetito hizo que jamás ofrecieses un trozo de algodón a nadie. Si encontrabas algo de ropa en buen estado, lo guardabas para ti. Robabas a tu vecina los pocos hilos y bordados que acumulaba en su despensa. Sin respeto alguno, llegaste a comer un vestido de novia el día antes de la boda. Y claro, llegado el juicio final, te quedaste en este mundo. “Hasta que aprendas la lección”, te dijeron.
La primera etapa de Osvaldo como fantasma fue agridulce. No se acostumbraba a su nuevo estado, a su inconsistencia. Iba de acá para allá volando con su sabanita sin saber qué hacer. Asustando a los demás insectos que andaban despreocupados por la casa. Y eso, la verdad, le hacía gracia.
Pero, claro Osvaldo, la gracia tiene un límite. Y al final pesó más la soledad. Los meses pasaban sin sentido para ti; sin comunicarte con nadie; sin notar que, poco a poco, la depresión te iba devorando. Qué mal día Osvaldo, qué mal día el que, apoyado en una lámpara, sufriste ese ataque de ansiedad. No lo pudiste evitar y te comiste de un bocado tu sábana de fantasma, lo único que un fantasma tiene prohibido comer. Ese día comenzó la peor de tus épocas, la de mayor soledad.
Ya nadie veía a Osvaldo, sin su sabanita pasaba totalmente inadvertido. Ya, ni asustar podía. ¿Qué iba a hacer ahora? Se metió en un calcetín de lana desparejado y dejó pasar los días con su pijamita puesto, viendo programas del corazón, fumando cigarros, sin asearse. Se sentía terriblemente solo, abandonado, triste.
Fue entonces cuando nos conocimos. Yo iba rodando por el armario cuando choqué contigo. Y te di un susto terrible. Te extrañó que las pelusas pudiéramos ver fantasmas. Y tanto que si podíamos… me conmocionó ver un espectro de polilla tan triste y abandonado.
Desde el principio nos llevamos muy bien. Me contaste tu historia entera, lo que hoy puedo escribir en estas líneas. Lloraste arrepentido por la vida que habías llevado. Y decidimos buscarte una ocupación. ¿Qué podía hacer un fantasma de polilla para redimirse? ¿Cuál era la salida de alguien que lo único que había hecho en su vida era robar?
La idea se te ocurrió a ti. Un día viniste a mi encuentro emocionado, contándome lo del “reposicionamiento de objetos de valor” como tú lo llamabas. Y yo te dije que te iban a pillar, y tú que sin sábana nadie podía verte, y yo que te ibas a perder, y tú que si algo sabías era encontrar dinero, y yo que era peligroso, y tú que a esas alturas no tenías nada que perder. Y al final me convenciste.
Gracias a su idea, la casa en la que vivíamos se llenó de sorpresas y alegrías. Volaba de un lado a otro sacando un billete de 20 euros y colocándolo en el bolsillo de un abrigo; con el consiguiente asombro del dueño al dar con él. Se colaba por los bolsos, pasando las monedas sueltas a la caja de juguetes de los niños, que al día siguiente las hallaban felices. Y por primera vez en su vida, disfrutó viendo a los demás disfrutar.
Pasados los meses, te diste cuenta de que la alegría no la llevaba solo el dinero. Empezaste a desparejar pendientes de la señora (que ella volvía a emparejar con emoción al encontrar uno enganchado en el sombrero), a esconder los bolis que mejor pintaban detrás de la mesa, a colocar en primera fila del cajón la corbata que él usó el día de la boda. En definitiva, a “reposicionar” cualquier objeto de valor que encontrabas a tu paso.
Una sonrisa por encontrar un metrobús con 3 viajes, un “yuju” por el billete de 10 euros de la chaqueta, una lágrima de emoción por una foto de la infancia en un bolso olvidado. Alegría tras alegría, fuiste construyendo sin ser consciente tu puente al cielo. Hasta que hoy te has ido.
Osvaldo, repartiste felicidad a muchos; felicidad no esperada, que es la mejor de todas las felicidades. Tu ausencia deja un hueco en este armario que ninguna pelusa podrá tapar. Por eso te mereces una necrológica, porque cada vez que oigamos un grito de sorpresa ante un billete en el bolsillo, nos acordaremos de ti. El mejor fantasma de polilla que ha habido y habrá.
Descanse en Paz.
Pelusa.
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